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“No todos los papas predicaban la paz: algunos comandaban ejércitos, usaban armadura y quemaban herejes. La historia que no te contaron”
Al contrario de la imagen pacifista que muchos asocian al papado, hubo siglos en los que el Papa no solo predicaba: también comandaba ejércitos, financiaba guerras y condenaba a la hoguera a quienes desafiaban su poder.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, varios papas transformaron el trono de San Pedro en una sede de poder terrenal, con intereses políticos, financieros y militares que moldearon el rumbo de Europa. El Vaticano fue Estado, banco y cuartel.
Papas con armadura: Cuando la cruz llevaba espada
Inocencio III no solo convocó la Cuarta Cruzada: la desvió para conquistar Constantinopla. Julio II, apodado el Papa Guerrero, encabezó batallas en persona vistiendo armadura. Alejandro VI, el infame Borgia, negociaba alianzas mientras enriquecía a su familia con los tesoros del Nuevo Mundo.
Estos pontífices no se limitaban a lo espiritual. Repartían coronas, declaraban guerras y acumulaban fortunas. Para muchos, eran más príncipes que pastores.
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La herejía como excusa para el control
El papado combatió duramente a los movimientos que amenazaban su hegemonía. Los cátaros en Francia fueron exterminados por cruzadas autorizadas por el Papa. Giordano Bruno fue quemado por sus ideas cosmológicas. Galileo solo escapó de la hoguera por retractarse.
Detrás del discurso de la ortodoxia se escondía una guerra política por la unidad de Occidente. Y quienes cuestionaban el dogma eran perseguidos sin piedad.
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El Vaticano como banco, Estado y actor geopolítico
Los Estados Pontificios fueron una potencia en el corazón de Italia. Los papas administraban impuestos, ejércitos, tierras y fortunas. El sistema de indulgencias se convirtió en una industria que, según Lutero, corrompía la fe.
Incluso hoy, el IOR (Instituto para las Obras de Religión), conocido como el banco del Vaticano, ha estado envuelto en escándalos financieros. Pero sus raíces se remontan a siglos de acumulación económica.
Las consecuencias del poder absoluto
Muchos historiadores coinciden: el poder temporal de los papas debilitó su autoridad espiritual. La Reforma protestante fue, en parte, una reacción a esa mezcla de fe, codicia y sangre. El Concilio de Trento intentó restaurar la imagen perdida.
Pero el daño estaba hecho. Aún hoy, cuando se habla del papado, hay quienes recuerdan más a los Borgia que a los santos.
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