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miércoles, 5 de noviembre de 2025

Venezuela: el diálogo pendiente tras la violencia del poder

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Venezuela: el diálogo pendiente tras la violencia del poder

Diálogo en Venezuela. "El verdadero diálogo que necesita Venezuela solo comenzará cuando cese la violencia del poder y se escuche la voz de los ciudadanos."

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Por Víctor Julio Escalona


La paradoja del diálogo y la violencia

Lo bueno de que en Nueva York hayan elegido a un alcalde socialista es que, si hace un mal gobierno, podrán echarlo con votos. En democracia, los errores se corrigen con elecciones, con instituciones, con ciudadanos que participan y deciden. Por eso las sociedades libres pueden darse ese lujo: el del ensayo y el error sin miedo a perderlo todo.

En Venezuela no tuvimos esa suerte. Le dimos una zaparapanda de votos a Nicolás Maduro, y lo que recibimos a cambio fue represión, persecución y un país que perdió la capacidad de decidir sobre su propio destino. La violencia se volvió la herramienta del poder, no para defender al pueblo, sino para mantenerlo arrodillado.

En este país, la violencia no solo se mide en muertos o presos. También se mide en silencios, en miedos, en padres que callan para no perder el trabajo, en jóvenes que huyen del futuro. Esa es la forma más perversa de dominación: la violencia convertida en rutina, en paisaje.

“A veces, el verdadero cambio no empieza en la calle, sino en lo que decides pensar cada mañana.” — Víctor Escalona

El falso diálogo: un recurso del poder

El régimen ha hecho del diálogo una farsa recurrente. Lo convoca cuando siente el agua al cuello y lo desecha cuando ya logró su propósito: ganar tiempo, dividir a la oposición o lavar su imagen ante el mundo. Cada intento de diálogo en los últimos años ha terminado con los mismos resultados: más presos políticos, más censura, más control.

Mientras tanto, el ciudadano común —ese que madruga, que sobrevive con dos trabajos, que ya no espera milagros— observa cómo la palabra diálogo perdió su sentido y se volvió sinónimo de engaño. Y, sin embargo, paradójicamente, el diálogo verdadero será inevitable. No el del chantaje ni el del poder, sino el que acompañe la reconstrucción del país.

Cuando el diálogo sea necesario, será de otro tipo

Habrá diálogo cuando cese la violencia, cuando los responsables de las violaciones a los derechos humanos respondan ante la justicia, cuando las víctimas puedan hablar sin miedo, cuando las instituciones se reconstruyan desde abajo y no desde un decreto. Ese diálogo no será entre verdugos y víctimas, sino entre ciudadanos libres.

Porque si algo ha demostrado la historia venezolana es que no hay reconciliación posible mientras el agresor imponga las condiciones. Lo vivimos tras cada proceso frustrado de negociación. Lo vivimos en 2014, en 2017, en 2019, en 2023 y, sobre todo, lo seguimos viendo en 2025. Cada intento fallido ha sido un recordatorio de que el diálogo sin verdad es solo una pausa entre dos abusos.

La violencia institucionalizada

La violencia de Estado ha adquirido formas sofisticadas. Ya no solo reprime con tanquetas o fusiles, sino con hambre, con censura, con miedo. En un país donde el salario mínimo no compra ni un kilo de queso, donde los hospitales funcionan a oscuras y los maestros mendigan por sueldos dignos, hablar de diálogo suena, por momentos, cruel.

Sin embargo, esa misma miseria que parece condenarnos puede ser el punto de partida de la reconstrucción. Porque lo que ha destruido la dictadura no es solo la economía: es la moral. Y sin moral, ningún país puede levantarse.

El costo humano de la violencia

  • Más de siete millones de venezolanos han emigrado buscando refugio.
  • Miles de familias han sido separadas, fragmentadas por la distancia y la pobreza.
  • Decenas de líderes sociales, estudiantes y periodistas están presos o exiliados.

El país se volvió un mapa del desarraigo. Pero incluso desde lejos, los venezolanos mantienen una conexión indestructible: la esperanza de volver. Y esa esperanza será el combustible del futuro diálogo que el poder teme.

El rol del mundo ante la crisis venezolana

Mientras tanto, el mundo observa. Algunos gobiernos siguen hablando de “negociación política”, como si Venezuela fuera un laboratorio de teorías democráticas. Pero los venezolanos no necesitan más teorías: necesitan justicia. La justicia no se negocia, se ejerce.

La comunidad internacional debe entender que el diálogo no puede ser una herramienta para blanquear crímenes. Quien roba elecciones, viola derechos humanos o destruye instituciones no merece inmunidad diplomática. Y quien insista en sostener ese sistema será cómplice, por acción o por silencio.

Lecciones desde afuera

En países donde la democracia funciona, los errores de los gobernantes se pagan con votos. En Venezuela, se pagan con balas, cárcel o exilio. Esa es la diferencia entre un sistema político sano y uno enfermo de poder.

Por eso, el ejemplo de Nueva York, que eligió libremente a un alcalde socialista, resulta tan revelador. La libertad es el terreno donde se siembran los errores y también las rectificaciones. En cambio, la tiranía solo produce miedo, censura y miseria.

El diálogo que viene: reconstruir desde la verdad

El diálogo que vendrá —porque vendrá— no puede construirse sobre el olvido. Tendrá que partir del reconocimiento de las víctimas, de los desaparecidos, de los perseguidos. Tendrá que incluir justicia, memoria y reparación. No puede ser el diálogo de los opresores que pretenden “pasar la página”, sino el de los ciudadanos que exigen escribir una nueva.

El 28 de julio de 2024 marcó un punto de inflexión en la historia reciente. La voluntad de millones fue ignorada por la fuerza, pero no por la conciencia colectiva. Y esa conciencia es hoy el verdadero poder que el régimen teme.

“El día que los venezolanos recuperen la palabra, el régimen perderá su última arma.” — Víctor Escalona

Conclusión: cuando la palabra sea más fuerte que las armas

El futuro de Venezuela no se definirá en un cuartel ni en un palacio, sino en la capacidad de sus ciudadanos de recuperar la palabra. La palabra libre, honesta, valiente. El día que eso ocurra, el país volverá a respirar.

Por eso, aunque parezca lejano, el diálogo es inevitable. No el que el poder impone, sino el que el pueblo construye. No el de los salones diplomáticos, sino el de las calles, los hogares, las universidades, las iglesias, los campos y los barrios. Ese será el diálogo que cierre la historia de la violencia y abra la de la justicia.


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