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María Corina y la realpolitik en Venezuela: por qué aceptar lo “posible” puede convertirse en una renuncia política anticipada.

María Corina y la realpolitik en Venezuela
María Corina y la realpolitik en Venezuela concentran hoy un debate decisivo: aceptar una transición administrada por el régimen o disputar la legitimidad misma del poder. Lo que está en juego no es solo una estrategia política, sino el sentido profundo de la democracia.
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El espejismo de lo “realista”: administrar el presente como si fuera destino
En el debate político venezolano ha ganado terreno una idea que, a simple vista, parece sensata: negociar una permanencia temporal de Nicolás Maduro en el poder, aceptar una transición administrada por el propio régimen y confiar en que, más adelante, ese proceso abra la puerta a un cambio democrático real. No sería lo deseable, dicen, pero sí lo posible. Lo “realista”.
Esta tesis parte de una premisa aparentemente racional: la política estaría determinada, casi de forma mecánica, por los hechos objetivos del presente. Se suman y restan correlaciones de fuerza, control institucional, apoyos internacionales y capacidad represiva, y el resultado parecería imponerse como una verdad incuestionable. Frente a ese cálculo, el rol del liderazgo no sería transformar la realidad, sino adaptarse a ella.
Sin embargo, esa concepción del realismo político es profundamente limitada. Más aún: suele convertirse en una forma sofisticada de resignación estratégica. Como bien señala Víctor Escalona: “A veces, el verdadero cambio no empieza en la calle, sino en lo que decides pensar cada mañana.” Aceptar sin cuestionar el marco impuesto por el poder es empezar a pensar desde la lógica del poder mismo.
La historia desmiente el realismo pasivo
La historia política, en Venezuela y fuera de ella, demuestra que los grandes quiebres no nacen de una lectura lineal del presente. Surgen, más bien, de la irrupción de ideas que reordenan lo que parecía inamovible. La política no es un espejo pasivo de la realidad: es, en buena medida, una disputa por definirla.
Si la política se limitara a administrar lo existente, ningún régimen autoritario habría caído jamás. Pero los autoritarismos no colapsan solo por desgaste; colapsan cuando pierden legitimidad, cuando el costo de sostenerse supera los beneficios y cuando el relato que los sostiene deja de ser creíble.
Quien acepta sin más el marco impuesto por el poder termina administrándolo. Y quien administra un poder ilegítimo, aunque sea con buenas intenciones, contribuye a su prolongación.
María Corina Machado y una apuesta incómoda
En los últimos años, María Corina Machado ha encarnado una tesis radicalmente distinta a la del falso realismo político. Su punto de partida no ha sido la resignación estratégica, sino la afirmación clara de un horizonte diferente. No porque ignore las restricciones del poder autoritario, sino porque entiende que aceptarlas como límite último equivale a legitimarlas.
Su apuesta ha sido incómoda precisamente por eso. No busca acomodarse a la Venezuela que el chavismo produjo, sino forzar la emergencia de otra. No plantea una negociación de tiempos, sino una disputa por el sentido mismo del poder.
Muchos le reprochan “no ser realista”. Pero la pregunta correcta no es si su estrategia se ajusta al presente, sino si el presente puede cambiarse sin una estrategia que lo confronte.
¿Qué es, en realidad, el realismo político?
- ¿Aceptar que una dictadura que perdió una elección administre una supuesta transición?
- ¿Confiar en que un poder que ha demostrado sistemáticamente su vocación de perpetuarse se convierta, por cansancio o cálculo, en garante del cambio?
- ¿Reducir la política democrática a un ejercicio de administración del daño?
Hay una forma de realismo que, bajo apariencia de prudencia, es en realidad una renuncia anticipada.
Correlación de fuerzas no es destino histórico
Uno de los errores más frecuentes del discurso “realista” es confundir correlación de fuerzas con destino. Las correlaciones existen, sí, pero también se construyen, se erosionan y se transforman. Pensar que el poder actual define inexorablemente el futuro es desconocer la dinámica misma de la política.
La política democrática no avanza cuando se limita a administrar lo posible, sino cuando amplía el campo de lo posible. Eso exige ideas, claridad moral y disposición al conflicto político real. No al conflicto violento, sino al conflicto que obliga a los actores a definirse y a los costos a hacerse visibles.
Legitimidad versus administración
La estrategia de María Corina ha sido, en ese sentido, profundamente política: insistir en que el problema venezolano no es de administración, sino de legitimidad. No se trata de negociar tiempos, sino de disputar el fundamento mismo del poder.
Al hacerlo, ha contribuido a modificar percepciones internas y externas, a elevar el costo de la normalización autoritaria y a desplazar el eje del debate. Nada de esto garantiza un desenlace inmediato ni sencillo. Pero sí plantea una verdad incómoda para los defensores del “mal menor”: no hay transición democrática viable si el punto de partida es aceptar como árbitro a quien falseó las reglas.
Lo “imposible” como motor de cambio
Paradójicamente, lo más “realista” en política suele ser aquello que, en su momento, parece ir contra la realidad establecida. Apostar por ideas que no encajan en el presente es, muchas veces, la única forma de evitar quedar atrapados en él.
La política no es solo el arte de leer el mundo tal como es. Es, sobre todo, la voluntad de imaginarlo distinto y trabajar para que esa imaginación tenga consecuencias.
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Preguntas frecuentes
¿Qué significa “realpolitik” en el contexto venezolano?
Se refiere a una lectura pragmática del poder basada en hechos inmediatos, a menudo utilizada para justificar negociaciones que aceptan al régimen como árbitro del cambio.
¿Por qué se critica esa visión?
Porque puede convertirse en una forma de resignación estratégica que legitima un poder ilegítimo.
¿La postura de María Corina garantiza una transición?
No la garantiza, pero evita partir de una renuncia anticipada y mantiene abierta la disputa por la legitimidad.
Conclusión: el realismo que transforma
La discusión no es entre idealismo y realismo, sino entre dos formas de realismo. Una que administra lo dado y otra que se atreve a disputarlo. En Venezuela, la diferencia entre ambas no es teórica: es existencial.
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