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A los 89 años, falleció en Lima el escritor peruano Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura, autor emblemático del Boom Latinoamericano y figura intelectual clave del siglo XX y XXI. Su legado, inmenso y eterno, seguirá iluminando generaciones.

El también ganador del premio Príncipe de Asturias e integrante de la Academia Francesa estuvo acompañado en sus últimos días de vida por sus hijos y la madre de estos, Patricia Llosa Urquidi.
Desde Lima, Perú – Redacción cultural de RadioAmericaVe.com
Se apaga una de las luces más brillantes de la literatura universal. El Perú, América Latina y el mundo de las letras están de luto. Este domingo falleció en Lima, a los 89 años, Mario Vargas Llosa, el último gran coloso del Boom Latinoamericano, Premio Nobel de Literatura en 2010 y autor de una obra monumental que recorrió los rincones más oscuros y luminosos de la condición humana.
La noticia fue confirmada por sus hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana, mediante un comunicado sobrio, sereno, como lo habría querido él:
“Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá.”
El comunicado también deja claro que, según su voluntad, no habrá ceremonia pública y sus restos serán incinerados en una despedida íntima y familiar. Un adiós discreto para un hombre que vivió con intensidad, escribió con rabia y belleza, y marcó generaciones con la fuerza de su palabra.
El novelista del poder, del amor, de la violencia y del alma latinoamericana
“La ciudad y los perros” (1963) cambió para siempre la narrativa en español. “Conversación en La Catedral” (1969) la elevó a una cima estilística sin precedentes. “La fiesta del Chivo” (2000) la confirmó como herramienta feroz para explorar el horror del autoritarismo. Con una pluma precisa y apasionada, Vargas Llosa diseccionó los mecanismos del poder, la corrupción, el deseo, la libertad y el fanatismo.
Fue un intelectual incómodo, irreverente, comprometido y contradictorio. Un hombre que no se sometió jamás al dogma, y que llevó su pensamiento libre desde las trincheras de la izquierda revolucionaria hasta la defensa del liberalismo clásico.
A través de más de medio siglo, Vargas Llosa nos enseñó que la literatura no es evasión, sino confrontación. Que escribir puede ser un acto de rebelión, de memoria, de amor, de justicia.
El último de los gigantes
Con su partida, se cierra una era. Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y ahora Vargas Llosa. Los titanes del Boom Latinoamericano ya no están físicamente entre nosotros, pero su obra es ahora patrimonio de la humanidad.
En tiempos de ruido y banalidad, de inmediatez y algoritmos, Vargas Llosa representó la resistencia del pensamiento profundo, la elegancia de la prosa crítica, la vigencia del arte narrativo como arma de reflexión y transformación.
Fue también un hombre de carne y hueso: polémico, político, personal, amado y atacado. Pero sobre todo, fue un escritor implacable, un artesano de la palabra, un tejedor de historias que trascendieron idiomas y fronteras.
Un legado que no muere
Mario Vargas Llosa no ha muerto. Vive en cada página de “Pantaleón y las visitadoras”, en la angustia de Zavalita preguntándose “¿en qué momento se jodió el Perú?”, en los recuerdos de Urania Cabral volviendo a enfrentar el terror de Trujillo.
Vive en las bibliotecas del mundo. Vive en los jóvenes que descubren la pasión de leer. Vive en los que se atreven a pensar contra la corriente.
Desde esta tribuna de RadioAmericaVe.com, nos unimos al duelo de toda Iberoamérica. Pero también celebramos la vida y la obra de un hombre que lo dio todo por la literatura.
Un hombre que defendió la libertad con la espada de la palabra. Un hombre cuya voz ya es eterna.

Vargas Llosa en una imagen de 2016.
Obra prolífica
Vargas Llosa tuvo claro desde muy joven que quería ser escritor.
Y a eso dedicó su vida con disciplina de picapiedrero, hasta que consiguió el reconocimiento universal como autor y una división de opiniones en torno a su figura pública que quizás no se veía en Occidente desde la época del filósofo Jean Paul Sartre.
Tal vez no es coincidencia: Sartre fue uno de sus primeros modelos (sus compañeros de juventud le decían "el sartrecillo valiente"), y aunque después abjuró de las ideas políticas del francés -y de muchas de las literarias-, hasta el final fue un escritor engagé, comprometido con su realidad, como lo pregonaba el famoso existencialista.
Esa disciplina y compromiso lo llevaron a producir una obra de asombrosa abundancia: 20 novelas, un libro de cuentos, 10 obras de teatro, 14 libros de ensayo, dos de crónicas y uno de memorias, amén de mútiples recopilaciones de sus columnas y escritos sueltos.
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, la ciudad blanca en el sur de Perú.
Y aunque siempre la ha señalado como su lugar de origen (y ahí, en la casa colonial donde nació, reposa su biblioteca), sólo vivió en ella un año.
En 1937, su abuelo Pedro J. Llosa decidió irse a vivir a Cochabamba, Bolivia, a administrar una hacienda algodonera. Allí, rodeado de mujeres y de la autoridad benigna de su abuelo, Vargas Llosa vivió en lo que él mismo ha descrito como una especie de paraíso.
La caída en la realidad vendría nueve años después, cuando la familia materna había regresado a vivir en Perú, esta vez a la ciudad de Piura, donde su abuelo fue nombrado prefecto.

Imagen del escritor en 1975.
El Padre, la Herida y la Ciudad Detestada: La Sombra que Parió a Vargas Llosa
En la historia del Nobel peruano Mario Vargas Llosa, el encuentro con su padre ausente y la abrupta mudanza a Lima marcan un quiebre emocional profundo. Desde esa fractura, nació una de las voces literarias más potentes del siglo XX.
Si la infancia es el territorio donde se define el alma del escritor, la de Mario Vargas Llosa fue una herida abierta que sangró en cada línea, en cada novela, en cada grito de sus personajes contra la autoridad, la represión y la injusticia. Y todo comenzó con una revelación brutal, contenida en el primer capítulo de su autobiografía más íntima y desgarradora: El pez en el agua.
Era el final de 1946 o el inicio del ardiente verano piurano de 1947. Mario, un niño de 10 años, caminaba del brazo de su madre hacia el Malecón Eguiguren. Entonces escuchó las palabras que partirían en dos su vida:
"Tú ya lo sabes, por supuesto. ¿No es cierto?
-¿Qué cosa?
-Que tu papá no está muerto. ¿No es cierto?"
No lo sabía. No lo sospechaba siquiera. Había vivido toda su niñez bajo la sombra de una ausencia que se le había vendido como muerte. Y de repente, ese fantasma tomaba forma, regresaba con fuerza, y en cuestión de horas desarraigaba su mundo entero.
Ernesto Vargas, el hombre que había abandonado a Dora Llosa, madre del futuro Nobel, pocos meses antes de su nacimiento, reapareció con brutalidad: ni una palabra a la familia, ni un gesto conciliador, solo una decisión fulminante: los arrancó de Piura y los llevó a Lima, sin más.
El Padre como Inquisidor
Esa figura autoritaria, de voz dura, de control absoluto, se convertiría en el antagonista más poderoso de la vida y obra de Vargas Llosa. El padre que quiso quebrar su voluntad, que le confiscó los libros, que lo aisló, que lo humilló… fue también el detonante de su vocación literaria.
Allí nació la pulsión del escritor: la necesidad de crear mundos donde pudiera reescribir la realidad, donde pudiera entenderla, confrontarla, derrotarla.
“La literatura se convirtió en un acto de liberación”, confesó más de una vez.
La tiranía doméstica que sufrió bajo el yugo de Ernesto Vargas no es solo un dato biográfico: es la raíz de toda su narrativa. Desde La ciudad y los perros hasta Conversación en La Catedral, la tensión entre libertad y opresión, entre individuo y poder, tiene ecos del niño que escribió para sobrevivir a su padre.
Lima, la ciudad ingrata
El desarraigo fue doble. No solo se reencontró con un padre hostil, sino que fue exiliado de su paraíso infantil —Piura— a una ciudad que le resultó odiosa desde el primer momento: Lima.
“Detesté Lima desde que llegué”, escribió sin titubeos en El pez en el agua.
“Me refugié en las revistas de historietas y en las novelas de aventuras”.
Lima fue para el joven Vargas Llosa la ciudad del frío emocional, de la rigidez, de la incomprensión. Fue en esa urbe donde vivió la brutal experiencia del colegio militar Leoncio Prado, al que fue internado por decisión de su padre. Y de esa experiencia traumática nació la novela que lo catapultó al mundo: La ciudad y los perros.
No es coincidencia. Cada golpe recibido en esa adolescencia áspera se transformó en literatura. Cada conflicto familiar, cada represión académica, cada calle gris de Lima, alimentó un universo narrativo implacable y honesto.
La herida como motor, la palabra como redención
Hoy, al despedir a Mario Vargas Llosa, no se puede comprender al escritor sin conocer al niño, sin escuchar el eco de esa caminata en Piura, ese secreto revelado al borde del malecón, ese momento en que el mito del padre muerto se derrumbó y dio paso al mito del escritor eterno.
Desde esta tribuna en RadioAmericaVe.com, recordamos que la literatura no nace de la paz, sino de la fricción. Y en Vargas Llosa, esa fricción fue con la figura paterna, con Lima, con el autoritarismo, con la mediocridad, con la mentira.
Esa lucha desigual forjó una voz literaria universal. Y por eso, su obra no solo pertenece al Perú, sino al mundo. Porque en cada hijo que busca liberarse del padre, en cada joven que detesta su ciudad, en cada lector que se rebela contra lo impuesto, vive el espíritu de Vargas Llosa.
Y ese espíritu, hoy más que nunca, nos sigue escribiendo.
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