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Con 36 billones de dólares en pasivos y un déficit que desborda su PIB, la mayor economía del mundo enfrenta una encrucijada histórica. El equilibrio global podría depender de las decisiones que tome Washington en los próximos meses.

Por nuestro corresponsal en Washington | RadioAmericave.com
El actual volumen de deuda pública de Estados Unidos —que ha alcanzado los 36 trillones de dólares— no solo representa un desafío interno, sino un riesgo global. Con un Producto Interno Bruto estimado en 27 trillones, el país más poderoso del planeta ya tiene una deuda que supera con creces su capacidad anual de generación de riqueza. Esta situación, lejos de ser anecdótica, es reconocida incluso por las principales voces de su sistema financiero.
“El camino fiscal del gobierno federal es insostenible”, advirtió Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, al declarar que el déficit fiscal representa “una amenaza para la economía”. Por su parte, Jamie Dimon, presidente de JPMorgan Chase, recordó que “cualquier país puede pedir prestado e impulsar el crecimiento, pero eso no garantiza que sea un crecimiento saludable”.
El desequilibrio estructural no se limita al gasto público. El modelo de libre comercio, base de la globalización moderna, ha favorecido por años a economías extranjeras que imponen barreras arancelarias a productos estadounidenses, mientras reclaman acceso libre y beneficioso al mercado norteamericano. Esta asimetría ha incentivado la deslocalización de industrias, el estancamiento salarial y el debilitamiento del empleo manufacturero en Estados Unidos.
En respuesta, la administración Trump ha retomado una estrategia de “proteccionismo selectivo”, imponiendo aranceles del 25% a productos de países que compran petróleo venezolano o que mantienen prácticas comerciales desiguales. Si bien esta medida ha sido criticada por los grandes medios, lo cierto es que muchos analistas la ven como una corrección necesaria para restablecer la competitividad y atraer inversiones que generen empleo interno.
La polémica está servida. Mientras sectores progresistas acusan a Trump de populismo económico, sus defensores argumentan que es el único líder dispuesto a tomar decisiones impopulares que otros presidentes evitaron por temor a afectar sus intereses partidistas. “Sólo alguien cuyo patrimonio no depende de la política se atrevería a impulsar estas reformas”, afirman algunos expertos.
Lo cierto es que la salud fiscal de Estados Unidos no es solo un problema americano. Una crisis de deuda en la economía más grande del planeta generaría ondas expansivas que impactarían a todos los países conectados al dólar, desde China hasta América Latina. Por ello, lo que está en juego en Washington no es solo el futuro de un presidente, sino la estabilidad financiera global.
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