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Washington debe enfrentar una trayectoria fiscal insostenible que amenaza su liderazgo económico y la estabilidad mundial

La deuda pública de los Estados Unidos ha superado los 36 billones de dólares, una cifra récord que preocupa tanto a economistas como a líderes financieros globales. Esta situación pone en jaque no solo la sostenibilidad fiscal de la primera economía del mundo, sino también la estabilidad de todo el sistema económico internacional.
Durante décadas, el crecimiento económico de EE.UU. ha estado alimentado por una combinación de innovación, consumo interno robusto y, sobre todo, financiamiento sostenido a través de emisiones de deuda. Sin embargo, este modelo ha alcanzado un punto crítico: hoy la deuda estadounidense excede su Producto Interno Bruto (PIB), una señal de alerta para cualquier país, más aún para uno cuya moneda —el dólar— es referencia de valor global.
Jay Powell, presidente de la Reserva Federal, ha advertido con claridad: “La trayectoria fiscal del gobierno federal es insostenible. En última instancia, representa una amenaza para la economía”.
Por su parte, Jamie Dimon, presidente de JPMorgan Chase, subraya: “Cualquier país puede pedir prestado e impulsar el crecimiento, pero puede que no siempre resulte en un buen crecimiento. Estados Unidos debería centrarse más en ello”.
La deuda de EE.UU. no es solo un problema interno. Muchos países tienen inversiones en bonos del Tesoro y dependen de la estabilidad del dólar. Una crisis de confianza en la economía estadounidense, o una pérdida del valor de sus activos, tendría repercusiones catastróficas a nivel global.
Frente a este escenario, el actual gobierno —y cualquier administración futura— tiene un reto monumental: reducir el déficit fiscal, contener el gasto público y renegociar los términos del comercio internacional.
Es aquí donde surge otro punto neurálgico: el desequilibrio arancelario. Durante años, EE.UU. ha permitido la entrada de productos extranjeros con tarifas reducidas, mientras muchos países han impuesto aranceles o barreras a los productos estadounidenses. Esto ha desincentivado la producción interna, ha erosionado la base manufacturera y ha favorecido la fuga de empleos. Las medidas recientes de la administración Trump, incluyendo el uso de aranceles como presión comercial, buscan revertir esa dinámica.
Sin embargo, este tipo de decisiones no están exentas de consecuencias. Afectan intereses, tensan relaciones diplomáticas y, sobre todo, generan resistencia de parte de los sectores que se benefician del modelo actual. Por ello, no sorprende que muchos medios —especialmente aquellos con líneas editoriales inclinadas hacia la izquierda— destaquen solo los efectos negativos y minimicen el trasfondo estructural del problema.
En este contexto, se valora que existan figuras políticas dispuestas a tomar decisiones impopulares pero necesarias. Solo una persona con independencia económica, sin ataduras partidistas o intereses personales en juego, podría asumir con responsabilidad las medidas duras que exige el momento.
El endeudamiento descontrolado de EE.UU. es más que un problema fiscal: es una amenaza geoestratégica. Si cae la confianza en el dólar, cae la columna vertebral de la economía global. Y eso es algo que ningún país está preparado para afrontar. Urge, entonces, una reflexión seria y una acción contundente. No basta con advertencias técnicas. Lo que está en juego es la viabilidad de un sistema económico basado en la confianza, la reciprocidad comercial y el equilibrio fiscal. Si Washington no actúa con responsabilidad, todo el mundo pagará la factura.
RadioAmericave.com. / Editorial
Victor Julio Escalona
Editor.
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