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SECCIÓN: CULTURA –
“Sábado 5 de mayo de 1725. Por orden del comandante y los capitanes de la flota holandesa, yo, Leendert Hasenbosch, fui desembarcado en esta isla desolada para mi gran aflicción.”

Con estas palabras comenzó uno de los testimonios más desgarradores del siglo XVIII. Escritas con una tinta de desesperación y resignación, revelan no solo el sufrimiento de un hombre, sino la brutalidad de una época. La historia de Hasenbosch, un marinero holandés condenado por ser homosexual, fue durante siglos un eco silenciado de la intolerancia.
Hoy, su caso emerge como símbolo de memoria histórica y como un recordatorio incómodo: la violencia institucional contra las personas LGBT no es solo un tema contemporáneo, sino una herida profunda en la historia de la humanidad.
Leendert Hasenbosch: castigo por ser quien era
Hasenbosch no cometió ningún delito convencional. Su único "crimen" fue su orientación sexual. En el marco de la moral religiosa y la disciplina militar del siglo XVIII, la homosexualidad era castigada con penas extremas en muchas flotas europeas.
En lugar de ejecutarlo públicamente —como solía ocurrir—, los oficiales de la flota holandesa decidieron aplicar un castigo igual de letal, aunque más lento: el abandono en una isla desierta del Atlántico. Leendert fue dejado en la Isla Ascensión, un trozo de roca volcánica ubicado entre África y América del Sur, con apenas unos pocos víveres, una carpa, una Biblia y papel para escribir.
Una bitácora de sufrimiento y dignidad
Durante semanas —tal vez meses—, Hasenbosch escribió en su diario personal. El documento, más tarde recuperado por marineros británicos, revela una mente lúcida, aterrada pero resiliente. Narró su lucha por encontrar agua, su deterioro físico y emocional, y sobre todo, su profunda fe en Dios, incluso cuando sus compañeros lo habían condenado.
A través de sus páginas, Leendert no pide perdón por ser quien es. Pide compasión, comprensión, humanidad. Su historia es hoy uno de los registros más valiosos sobre la persecución de personas LGBT en la era colonial.
Un mundo que aún castiga la diversidad
Tres siglos después, el caso de Hasenbosch todavía resuena. Según datos actualizados de la ILGA, 64 países del mundo aún criminalizan las relaciones entre personas del mismo sexo. En algunos, los castigos incluyen prisión. En otros, la pena de muerte.
Esto nos obliga a mirar atrás no con morbo, sino con responsabilidad. Como exploramos en este análisis sobre discriminación histórica en la Iglesia, la cultura puede ser instrumento de opresión o de redención. Depende de qué memorias decidamos rescatar y cuáles silenciar.
De víctima olvidada a símbolo de resistencia
Durante siglos, la historia de Hasenbosch fue ocultada, tergiversada o simplemente ignorada. No fue hasta el siglo XX que su diario fue publicado de forma íntegra, convirtiéndose en una fuente clave para historiadores y activistas.
Hoy, Leendert Hasenbosch representa la dignidad arrebatada y, al mismo tiempo, la esperanza de una humanidad capaz de rectificar su pasado. Su nombre, antes maldito, ahora se reivindica como un símbolo de resistencia frente al olvido.
Un eco desde la Isla Ascensión
La Isla Ascensión sigue ahí, en mitad del Atlántico, inhóspita y silenciosa. Pero las palabras que Hasenbosch escribió desde su rincón de exilio han sobrevivido al mar, al tiempo y a la censura.
En un mundo que aún debate la inclusión, que aún discrimina en nombre de la tradición o la moral, su historia interpela con fuerza: ¿cuántas vidas más deben ser condenadas por ser auténticas?
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