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sábado, 26 de julio de 2025

Cuando el arte incomoda: por qué siguen intentando callarlo

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Descubre por qué el arte crítico enfrenta censura en museos, redes y poder político. Una reflexión desde América y Europa.

Desde la censura institucional hasta la autocensura en redes, el arte sigue siendo un campo de batalla.

El arte que incomoda nunca desaparece, solo cambia de escenario: hoy puede ser bloqueado por un algoritmo, ayer fue quemado en la plaza. Cuando un creador desafía discursos oficiales, enfrenta censura directa e indirecta. Este es un fenómeno global, con ecos en América Latina, Estados Unidos, Canadá y España. Víctor Escalona El Estoico recuerda: «el verdadero arte es aquel que sacude la conciencia colectiva». Desde esa premisa, analizamos cómo se calla a quienes interpelan.

¿Por qué incomoda el arte que piensa?

Las razones son múltiples. Un mural que denuncia corrupción puede ser borrado. Una instalación feminista, retirada. Una canción crítica, censurada. No es solo represión política: también hay autocensura por miedo a perder seguidores o patrocinio. El arte incómodo amenaza estructuras de poder cultural y económico.

Del museo al celular: censura reinventada

En el pasado, la censura llegó por la Inquisición, los regímenes autoritarios o instituciones religiosas. Hoy, una publicación puede ser denunciada por moderadores automatizados. Una pintura que sacude puede ser borrada del feed. Las redes sociales perfeccionan el control cultural a través de normas difusas.

Ejemplos recientes en la región

  • Venezuela: galerías independientes han cerrado exposiciones críticas bajo presión estatal.
  • México: artistas digitales han sido bloqueados por contenidos políticos.
  • España: obras sobre memoria histórica han sido vetadas en espacios públicos.

Arte disidente y redes sociales: cuando el silencio es viral

La paradoja actual: las redes prometen libertad pero potencian la autocensura. Un tuit irónico puede ser reportado automáticamente. Un meme crítico puede ser acusado de odio. Creadores venden autoprotección ante el silencio voluntario. El arte se expande, pero se retrae frente al temor.

¿Cómo se expresa esta autocensura?

Muchos artistas optan por crear obras neutrales o evitar temas sensibles. Prefieren autopublicarse en canales privados o en plataformas con normas laxas. El resultado: menos confrontación, más conformismo cultural.

Resistir creando: prácticas contra la censura

Desde galerías clandestinas hasta instalaciones efímeras, varias prácticas resisten al silencio:

  1. Arte comunitario: murales colectivos que se restauran tras ataques.
  2. Cultura en calle: intervenciones públicas que no precisan permiso.
  3. Arte digital descentralizado: NFTs, webs propias y canales alternativos para evitar control centralizado.

La reflexión del ‘Estoico’ Víctor Escalona

Víctor Escalona reflexiona: «Cuando una obra incomoda, lo primero que intentan es borrarla. Pero el eco del gesto persiste». Su canal, Conversando con Víctor Escalona El Estoico, incluye un episodio relevante: ver el video “HAZ UNA PAUSA”, donde aborda cómo reconquistar nuestra atención frente al ruido digital.

▶️ Haz una pausa – Víctor Escalona

Carga regional y humana del arte que incomoda

Nos sorprende que en América Latina, este fenómeno tiene una dimensión especial: el arte que incomoda es también la voz de comunidades expropiadas o silenciadas. También en barrios de Caracas, Ciudad de México o Bogotá, se alzan murales que denuncian desigualdad y memoria histórica. En España, intervenciones urbanas recuerdan la Guerra Civil y la dictadura. En Canadá y EE. UU., arte indígena resiste borraduras culturales.

Consejo para creadores críticos

Si eres artista o curator, considera estos puntos:

  • Documenta cada intervención para que no desaparezca.
  • Usa plataformas descentralizadas o con políticas claras.
  • Crea comunidad: el arte incómodo necesita aliados para no ser borrado.

¿Censura o comodidad cultural?

Muchos críticos intentan disfrazar la censura como “curaduría responsable”, o como una forma de proteger sensibilidades culturales o religiosas. Sin embargo, este tipo de justificaciones es solo una pantalla. Cuando una institución se niega a exhibir una obra porque genera polémica, no está protegiendo a su audiencia: está eligiendo el silencio por encima del debate.

Los museos, las galerías y los centros culturales deben ser espacios de conflicto simbólico, no templos del conformismo. Cuando las instituciones culturales se pliegan al miedo o a las exigencias del “buen gusto”, terminan siendo cómplices de una narrativa que empobrece el pensamiento crítico.

El precio del desacato artístico

Ser un artista que incomoda no solo implica crear obras polémicas. Implica también pagar un precio: cancelaciones, amenazas, aislamiento del circuito comercial, y en algunos países, incluso persecución penal. Así mismo en Venezuela, artistas urbanos han sido detenidos por intervenir espacios públicos. En Nicaragua, obras teatrales han sido prohibidas. En Estados Unidos, ilustradores han sido vetados por hacer sátira política.

Lo más preocupante es la naturalización de estos castigos. Se vuelve normal que el arte sea vigilado, monitoreado y castigado si toca nervios sensibles. Es como si estuviéramos regresando a una era inquisitorial, pero ahora administrada por algoritmos, trending topics y códigos de comunidad.

https://youtube.com/shorts/-hwL91Sqxpk

El arte como memoria: la historia que incomoda

En países que han vivido dictaduras, conflictos armados o genocidios, el arte muchas veces es la única forma de conservar la memoria colectiva. Cuando los libros de historia son reescritos por los vencedores y los medios de comunicación operan bajo censura, el mural, la instalación o la música se convierten en archivos vivos de lo que no debe olvidarse.

Por otra parte allá en Chile, las arpilleras –bordados hechos por mujeres durante la dictadura de Pinochet– denunciaban la desaparición de sus familiares. En Colombia, los grafitis en Bogotá relatan las masacres del conflicto armado. En España, esculturas efímeras recuerdan a las víctimas del franquismo. Y en Venezuela, en medio de la censura oficialista, artistas independientes han retratado el éxodo migratorio y la represión con una crudeza que ningún medio se atreve a mostrar.

Estas obras no buscan ser bellas, sino necesarias. Son testigos, denuncias, heridas abiertas. Y como toda herida que no ha sanado, incomodan a quienes prefieren fingir que no pasó nada.

¿Puede el arte sanar?

Frente al dolor colectivo, el arte también ofrece un camino de sanación. Exhibiciones itinerantes, teatro testimonial, poesía popular y performance en espacios públicos han sido herramientas para que comunidades enteras procesen sus traumas. En países como Ruanda, Sudáfrica o Argentina, el arte ha sido parte integral de los procesos de reconciliación postconflicto.

Pero esa función terapéutica del arte también molesta. Porque sanar implica primero nombrar la herida. Implica mirar de frente lo que el poder quiere barrer bajo la alfombra. Por eso, el arte que sana también es incómodo. Porque para curar, hay que recordar.

Una pregunta urgente

Si vivimos en una sociedad democrática, ¿por qué tanto miedo al arte? ¿Por qué siguen cerrando exposiciones, vetando a artistas, marcando obras como peligrosas? ¿Será que el arte, en realidad, tiene más poder del que le atribuimos?

Víctor Julio Escalona –autor, comunicador y creador de Conversando con El Estoico– lo resume con claridad: “El arte es peligroso porque no pide permiso. Llega, sacude y transforma. Por eso intentan silenciarlo. Pero no pueden. Porque el arte verdadero siempre encuentra su camino”.

Ese camino puede ser una pared en ruinas, una canción viral, un podcast independiente o una escultura escondida en una plaza. Pero ahí está. Persistente. Resistente. Incómodo. Vivo.

El arte que no pide permiso

En un mundo cada vez más vigilado, etiquetado y automatizado, el arte libre es un acto de rebelión. No necesita explicación, no pide permiso, no sigue tendencias. Y por eso, lo quieren fuera del mapa. Porque no se deja domar.

Cuando una pintura es retirada, cuando una obra es ignorada o cuando un mural es borrado, lo que realmente se intenta destruir no es solo una imagen, sino una idea: la de que todavía podemos pensar por nosotros mismos.

Por eso, defender el arte incómodo es defender la libertad de conciencia. Es mantener vivo el derecho a disentir, a provocar, a cuestionar. Es decirle al poder: “No puedes controlarlo todo”.

¿Qué puedes hacer tú?

  • Apoya a artistas que trabajan fuera del circuito comercial.
  • Comparte contenido que te haya hecho pensar o te haya sacudido.
  • Denuncia la censura cuando la veas, venga de donde venga.
  • Suscríbete a plataformas que promuevan el pensamiento libre, como Conversando con Víctor Escalona El Estoico.

🎬 Reflexión estoica recomendada

Para entender cómo la calma interior puede fortalecer nuestra resistencia cuando el arte incomoda al poder, te invitamos a ver este video:

▶️ “Cuando todo se derrumba” – Víctor Escalona El Estoico

Este episodio aborda cómo encontrar claridad interna en medio del caos externo, un mensaje poderoso para quienes defienden el arte contra la censura y la represión.

El arte, al final, es como el agua: puede ser contenida por un tiempo, pero siempre encuentra un cauce. Y cuando lo hace, transforma.

Conclusión: el arte que incomoda es esencial

Callar el arte no elimina su mensaje: solo lo transforma en fragmento que persiste contra el tiempo. El ruido digital puede silenciar una obra, pero no su idea. Desde la censura institucional hasta la autocensura, el arte incómodo sigue siendo campo de batalla. Y en esos combates, la memoria, la comunidad y la valentía son las armas más poderosas.

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