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Lectores denuncian cómo Chávez y Maduro destruyeron la industria petrolera venezolana y convirtieron al país en rehén energético.

Por La Voz del Lector | RadioAmericaVe.com
“¿Esto era soberanía? ¿Esto era independencia energética?” —la pregunta no es retórica, es el grito desgarrado de miles de lectores venezolanos que, con crudeza y sin maquillaje ideológico, denuncian lo que consideran la estafa más grande de la historia contemporánea de Venezuela: la destrucción deliberada de su industria petrolera bajo el chavismo, con el marxismo-leninismo como hoja de ruta.
Lo que comenzó como una promesa de redención social se convirtió, dos décadas después, en un proceso sistemático de saqueo, improvisación y traición a los intereses estratégicos del país. Hugo Chávez, y luego Nicolás Maduro, no solo fallaron en proteger el activo más importante de la nación, sino que lo utilizaron como arma de control político, herramienta ideológica y, finalmente, moneda de cambio internacional en su desesperación por permanecer en el poder.
“La izquierda radical ha dejado a Venezuela humillada y de rodillas”, escribe una lectora desde Barinas. “Ni siquiera podemos decidir sobre nuestro petróleo sin que lo autorice un país extranjero. ¿Dónde quedó el discurso de soberanía?”, se pregunta. Y con razón: hoy, cualquier operación que implique crudo venezolano debe pasar por la aprobación de la Oficina de Control de Activos Extranjeros de Estados Unidos (OFAC), un hecho inédito en la historia energética nacional.
Esta dependencia, explican nuestros lectores, no surgió de un bloqueo externo sino de una política interna de expropiaciones salvajes, destrucción institucional y expulsión del talento nacional. Desde 2007, PDVSA ha pasado de ser una de las compañías más rentables del mundo a convertirse en una sombra ineficiente, endeudada y militarizada, incapaz de cumplir sus funciones técnicas sin recurrir a socios externos y licencias temporales.
🎬 Desde otra perspectiva:
Mira este análisis del canal Conversando con Víctor Escalona – El Estoico ▶ Ver video: Cuando todo se derrumba
De la faja al fracaso: la caída libre de la joya petrolera
En los años 90, la Faja Petrolífera del Orinoco era uno de los mayores proyectos de inversión internacional en América Latina. Con seguridad jurídica, respeto a la propiedad privada y una política energética planificada, Venezuela atrajo gigantes como Chevron, Total, BP y Repsol. La producción superaba los 3 millones de barriles diarios y las reservas probadas eran orgullo nacional.
Hoy, tras más de dos décadas de chavismo, la producción ha caído a mínimos históricos y la inversión extranjera ha sido sustituida por convenios opacos con empresas fantasmas o intermediarios con vínculos geopolíticos más que técnicos. En lugar de progreso, quedó una PDVSA convertida en botín político, con trabajadores que huyen del país o mueren por falta de equipos de seguridad.
¿Internacionalismo socialista? Lectores cuestionan la doble moral
“China es nuestro hermano proletario, decían. ¿Y por qué entonces cobra intereses más altos que cualquier banco?”, escribe otro lector desde Valencia. El socialismo global prometido por el chavismo no llegó en forma de ayuda solidaria, sino con contratos leoninos, exigencias de pago adelantado, trueques de petróleo por deuda y condiciones opacas que no benefician al pueblo venezolano.
“Nos prometieron dignidad, pero nos endeudaron con China, Rusia e Irán. Nos dijeron que estábamos conquistando la soberanía, pero nos dejaron hipotecados. Y ahora ni siquiera tenemos energía ni alimentos”, denuncia una joven madre desde el estado Lara, quien pide no revelar su identidad por temor a represalias.
La voz de los lectores no es la de la élite ni la de la oposición tradicional: es la del ciudadano común que ya no tolera la mentira. “Para ser de la izquierda radical hay que ser sado-masoquista”, ironiza un jubilado petrolero desde Maracaibo. Y con tristeza recuerda los días en los que Venezuela exportaba talento, petróleo y tecnología. Hoy, el país importa gasolina.
Dependencia energética: la humillación que nadie quiere ver
Mientras el régimen acusa al “imperio” de bloquear el desarrollo, la realidad es otra: Venezuela está condicionada porque destruyó su marco legal, persiguió al capital privado y convirtió la industria petrolera en caja chica del partido. Hoy, los permisos de producción dependen de licencias otorgadas por EE.UU. y las decisiones estratégicas se toman en Washington, no en Caracas.
La revolución prometió romper con el neoliberalismo, pero terminó entregando el país a potencias extranjeras. Prometió dignidad y produjo miseria. Habló de libertad y generó miedo. Usó el marxismo como escudo para justificar su fracaso, y ahora deja a los venezolanos con una industria colapsada, un país empobrecido y una generación sin esperanza.
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