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Golpes, asfixias, abusos sexuales y tortura psicológica son práctica común en cárceles venezolanas. El horror está documentado.

Por La Voz del Lector | RadioAmericaVe.com
Mientras usted lee estas líneas, probablemente desde la comodidad de su hogar o trabajo, decenas de venezolanos son sometidos a tratos crueles e inhumanos en los calabozos del régimen. Las prisiones del SEBIN, Ramo Verde, Yare, La Pica o El Helicoide no solo encierran cuerpos: intentan quebrar almas. No se trata de relatos aislados ni exageraciones: las denuncias son numerosas, repetidas y escalofriantes.
La rutina de la tortura: brutalidad como política
El patrón es claro. Golpizas con bates, tubos, patadas y puños. Asfixia con bolsas plásticas. Descargas eléctricas en genitales y otras zonas sensibles. Posiciones forzadas durante horas, esposados y suspendidos. Privación del sueño y abuso de luces intensas para destruir el equilibrio mental. Este tipo de torturas físicas se documentan sistemáticamente en cárceles como El Helicoide o La Tumba, donde el dolor no es consecuencia, sino método.
Más allá del cuerpo: tortura psicológica e intimidación
Si lo físico falla, viene lo mental. Reclusos en aislamiento extremo durante meses, con ruido constante —gritos, sirenas, música ensordecedora— las 24 horas. Amenazas contra sus hijos, padres, esposas. Simulacros de ejecución donde se les apunta con armas. Humillaciones como obligarlos a desnudarse o arrastrarse. Todo esto bajo un mismo fin: deshumanizar.
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Violencia sexual: el tabú que el Estado oculta
Diversos testimonios, muchos anónimos por temor, describen abusos sexuales sistemáticos tanto contra hombres como mujeres. Violaciones como castigo, como herramienta de represión. Los relatos coinciden: no son casos aislados, son parte de una estructura.
Las condiciones inhumanas: hambre, enfermedad y abandono
Las condiciones de vida en estas prisiones no solo son indignas, son letales. Celdas sin ventilación, sin luz, con excrementos acumulados y sin acceso al agua potable. Presencia de ratas, cucarachas, enfermedades sin tratar. Comida podrida o raciones mínimas que conducen a la desnutrición. Hacinamiento donde 50 personas conviven en espacios diseñados para 10. Todo esto ante la indiferencia o complicidad de un sistema judicial que mira hacia otro lado.
¿Por qué callamos?
El silencio social es cómplice. Cada vez que nos sentamos a comer, disfrutamos un momento o vamos a dormir, debemos recordar que, a pocos kilómetros, hay seres humanos siendo destruidos sistemáticamente. No por lo que han hecho, sino por lo que piensan, por disentir, por alzar la voz.
Este artículo nace de las cartas, correos y mensajes que recibimos de nuestros lectores. Nos exigen hablar. Nos piden denunciar. Nos imploran no olvidar.
¿Qué podemos hacer?
- Difundir estos testimonios.
- Presionar a organismos internacionales para que se pronuncien.
- Exigir justicia para las víctimas y sanción para los culpables.
- Apoyar a las ONG que documentan estos horrores.
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