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Danza y coreopolítica: descubre cómo el movimiento se convierte en lenguaje de resistencia, identidad y memoria en nuestras sociedades.

Danza y coreopolítica no son términos abstractos: son la manera en que los cuerpos se convierten en un lenguaje que puede denunciar, resistir y reconstruir memoria sin pronunciar una sola palabra. Desde Caracas hasta Madrid, de Buenos Aires a Los Ángeles, el movimiento ha sido un arma y un refugio. En cada gesto, en cada coreografía, el cuerpo habla lo que a veces la voz no puede expresar: dolor, esperanza, protesta, identidad. Este artículo explora cómo la danza se transforma en discurso político y cultural, y por qué hoy más que nunca es necesario escuchar lo que dicen los cuerpos cuando se mueven.
- Resistencia: la danza como herramienta frente a regímenes autoritarios.
- Identidad: los movimientos que preservan raíces y memorias colectivas.
- Protesta: coreografías que ocupan calles y redes sociales.
- Sanación: el cuerpo que se libera del trauma a través del arte.
El cuerpo en disputa: cuando el movimiento es política
El cuerpo es el primer territorio de control, pero también el primer espacio de libertad. En sociedades marcadas por la censura o la violencia, la danza se convierte en una forma de decir lo que se prohíbe. No requiere de un altavoz ni de un manifiesto: basta con mover el cuerpo en un espacio público para abrir un diálogo silencioso pero poderoso. En este sentido, la danza se vuelve coreopolítica, porque desafía narrativas dominantes y establece nuevas formas de ocupar el espacio social.
En Venezuela, durante las protestas de los últimos años, jóvenes artistas organizaron performances en plazas y calles, utilizando su cuerpo como metáfora de un país desgarrado. En España, colectivos de danza han transformado el flamenco en una denuncia contra el racismo y la xenofobia. Y en Estados Unidos, el hip hop y el breakdance nacieron como formas de resistencia de comunidades marginadas, convirtiéndose en un lenguaje global que habla de desigualdad, pero también de resiliencia.
“A veces, el verdadero cambio no empieza en la calle, sino en lo que decides pensar cada mañana.” — Víctor Escalona
Estética e identidad: el cuerpo como archivo cultural
La danza no es solo un arte escénico, es también un archivo vivo. Cada movimiento guarda rastros de tradiciones, de memorias familiares, de historias colectivas. Cuando una bailarina afrodescendiente ejecuta pasos ancestrales en un escenario europeo, está recordándole al mundo que la historia no fue borrada. Cuando una comunidad indígena en México presenta sus danzas en fiestas patronales, está resistiendo a siglos de colonización y olvido.
Ejemplos que marcan una huella
- Flamenco en España: de expresión cultural a denuncia política contra la exclusión social.
- Hip hop en USA: nacido en el Bronx como resistencia, hoy es símbolo de identidad global.
- Danzas tradicionales en América Latina: espacios de resistencia cultural frente a la homogenización.
- Ballet contemporáneo: resignificación estética que incorpora realidades políticas en su narrativa.
La estética corporal no es inocente. Cada postura, cada gesto, transmite una visión del mundo. El cuerpo es político porque es visible, porque ocupa un espacio, porque no puede ser silenciado sin violencia. Y esa visibilidad es la que convierte a la danza en un vehículo privilegiado para disputar narrativas de poder.
Coreografías de protesta: cuando el arte sale a la calle
En los últimos años, se ha visto un fenómeno creciente: la protesta danzada. Colectivos en Chile, Colombia, Argentina o España han utilizado la danza para llevar sus reclamos a la calle. Quizás el ejemplo más conocido sea el colectivo chileno Las Tesis, cuyo performance “Un violador en tu camino” se replicó en más de 50 países, convirtiéndose en un himno feminista global.
Las redes sociales amplifican estos gestos. Una coreografía que antes podía quedar limitada a un barrio o a un escenario local ahora puede viralizarse y convertirse en símbolo de resistencia global. En TikTok, Instagram o YouTube, el cuerpo se convierte en medio y mensaje, multiplicando las voces de quienes no siempre son escuchados.
El cuerpo como memoria y sanación
La danza también tiene un poder terapéutico. En contextos de guerra, exilio o migración, el cuerpo cargado de dolor encuentra en el movimiento una forma de liberación. Coreógrafos en Siria, Ucrania o Venezuela han trabajado con comunidades desplazadas para transformar el trauma en creación artística. Bailar no borra las heridas, pero permite reorganizarlas, darles un sentido distinto y compartido.
La antropología del cuerpo nos recuerda que este no es solo biología: es historia, es cultura, es política. La coreopolítica consiste precisamente en reconocer que lo que hacemos con nuestro cuerpo importa y que la danza, más allá del espectáculo, puede ser una forma de resistencia, identidad y sanación colectiva.
La danza en Venezuela, España y América Latina
En Venezuela, colectivos de danza contemporánea como Sarta de Cuentas han explorado la memoria política a través de obras que dialogan con la represión y la esperanza. En España, festivales de danza urbana se han convertido en espacios de integración de jóvenes migrantes. En Argentina, la murga y el tango mantienen viva una memoria popular que también cuestiona desigualdades actuales.
América Latina ha dado al mundo ejemplos de cómo el cuerpo se convierte en territorio de disputa cultural. Y hoy, con las diásporas en crecimiento, las danzas viajan y se transforman, llevando consigo la memoria de quienes han sido desplazados.
Preguntas frecuentes sobre danza y coreopolítica
¿Qué significa coreopolítica?
Es el análisis de cómo el movimiento del cuerpo, especialmente en la danza, se convierte en un acto político, cultural y social, que disputa espacios y significados.
¿Por qué la danza puede ser una forma de protesta?
Porque el cuerpo en movimiento ocupa un espacio público, transmite un mensaje y desafía narrativas dominantes, sin necesidad de palabras.
¿Dónde se han visto ejemplos recientes de danza como protesta?
En Chile con el colectivo Las Tesis, en Venezuela con performances callejeros, en Estados Unidos con danzas urbanas vinculadas al movimiento Black Lives Matter, y en Europa con colectivos feministas y antirracistas.
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La danza no es solo entretenimiento: es lenguaje, es denuncia, es archivo, es memoria. En un mundo en disputa, donde la palabra a veces se silencia, el cuerpo sigue hablando. Escuchar esos movimientos es escuchar a los pueblos que resisten, a las comunidades que recuerdan, a las generaciones que sueñan con otro futuro.
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