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Presos políticos en Venezuela reciben llamadas y visitas: ¿gesto de clemencia o táctica de inteligencia del régimen?

Visitas a presos políticos en Venezuela
Presos políticos y diálogo en Venezuela
Régimen venezolano y presos políticos
Control y vigilancia en cárceles venezolanas
Inteligencia del régimen y manipulación familiar
En Venezuela, el poder nunca da un paso sin cálculo. Y cuando el régimen permite algo que antes parecía impensable —como que los presos políticos reciban llamadas o visitas más frecuentes— la pregunta no es si se trata de un acto de humanidad, sino de conveniencia.
En los últimos días, familiares y defensores de derechos humanos han reportado una flexibilización parcial en los centros de detención. Algunos reclusos, tras meses o años de aislamiento, han podido comunicarse con sus seres queridos. Una escena que, en cualquier democracia, sería normal, pero que en Venezuela se percibe como una maniobra cargada de estrategia.
¿Se trata de una muestra de clemencia o de un ejercicio de inteligencia política? Esa es la pregunta que divide opiniones y que, al mismo tiempo, desnuda la esencia de un poder que jamás se mueve sin un interés detrás.
“A veces, el verdadero cambio no empieza en la calle, sino en lo que decides pensar cada mañana.”
— Víctor Julio Escalona
Un gesto que parece humano, pero suena calculado
En apariencia, el régimen intenta proyectar una imagen de distensión. Permitir llamadas y visitas podría interpretarse como una señal de apertura, especialmente en momentos en que Venezuela busca reinsertarse en la agenda diplomática internacional. Sin embargo, quienes conocen la lógica del poder en Miraflores saben que cada concesión tiene un propósito ulterior.
Las visitas no son libres. Se realizan bajo vigilancia constante, en salas controladas por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) o la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM). Cada palabra, cada gesto, cada mirada está siendo observada. No solo para monitorear a los reclusos, sino también para obtener información sobre sus entornos, sus redes, sus emociones.
Como explica un exfuncionario de inteligencia, “el régimen usa las visitas familiares como una herramienta para medir el pulso del descontento y el ánimo de la oposición”. En otras palabras, lo que parece un acto de piedad puede ser, en realidad, una sofisticada operación de inteligencia emocional y política.
El doble discurso del régimen
Maduro y su entorno han aprendido que la imagen internacional importa. Cada sanción, cada condena y cada informe de derechos humanos erosiona la narrativa del “bloqueo injusto” y del “imperialismo agresor”. Por eso, abrir ligeramente las puertas de las cárceles políticas puede servir como una señal de buena voluntad para descomprimir la presión diplomática.
No obstante, esta aparente “flexibilidad” contrasta con la realidad diaria de los centros de detención. Muchos presos siguen en condiciones infrahumanas, sin acceso a atención médica, aislados durante semanas o con restricciones arbitrarias a sus defensores legales.
Permitir una llamada o una visita no corrige una violación sistemática de derechos humanos. En todo caso, la maquilla. Es una jugada política para crear la ilusión de que algo cambia, cuando en realidad todo permanece igual.
La hipótesis de la vigilancia encubierta
Diversas fuentes coinciden en que las recientes “aperturas” no obedecen solo a razones humanitarias. La segunda hipótesis —la más inquietante— es que el régimen ha recurrido a estas visitas para obtener inteligencia de campo.
A través de micrófonos ocultos, cámaras discretas y funcionarios infiltrados, las autoridades buscan identificar patrones de comunicación, mensajes codificados o posibles intentos de coordinación entre presos políticos y actores externos.
Cada conversación se convierte en una fuente de datos: quién visita, qué transmite, cómo reacciona el detenido, qué palabras usa. En un sistema obsesionado con el control, la información es poder. Y la inteligencia del régimen no desaprovecha ninguna oportunidad para alimentarse de ella.
“Cuando el poder te concede algo, no es porque se ablande, sino porque te está midiendo.”
— Víctor Julio Escalona
El contexto político y diplomático
Este cambio coincide con un momento de intensa actividad diplomática. La presión de organismos internacionales como la ONU y la Unión Europea, sumada a los informes del Consejo de Derechos Humanos, ha empujado al gobierno de Maduro a simular reformas o gestos de “humanización”.
Pero en el fondo, lo que está en juego no es la libertad ni el bienestar de los detenidos: es la legitimidad. Permitir visitas o llamadas se traduce, ante ciertos sectores, en un intento de “mejorar la imagen del régimen” justo cuando se reactivan las conversaciones en foros multilaterales sobre la situación venezolana.
Es un movimiento táctico: ofrecer una ilusión de clemencia mientras se refuerzan los mecanismos de control interno.
Los presos políticos como termómetro social
En la lógica autoritaria, los presos políticos cumplen una doble función: castigar el disenso y enviar un mensaje disuasorio a la sociedad. Pero también sirven como indicador del clima político.
Cuando el régimen endurece las condiciones, demuestra fuerza. Cuando las relaja, demuestra cálculo. La historia venezolana reciente está llena de ejemplos: liberaciones estratégicas antes de negociaciones, traslados antes de cumbres internacionales, o permisos “excepcionales” cuando conviene limpiar el rostro ante la comunidad global.
Por eso, las recientes concesiones deben analizarse como una operación política de precisión. No son actos aislados ni gestos repentinos. Forman parte de un guion medido al milímetro, donde la humanidad se convierte en herramienta de control.
Una táctica para ganar tiempo
En un contexto de creciente desconfianza interna, el régimen necesita información. Los organismos de seguridad enfrentan el desafío de un entorno cada vez más opaco: filtraciones, espionaje cruzado, conflictos internos y pérdida de control territorial.
Permitir visitas a los presos políticos podría ser un intento de romper ese cerco de incertidumbre. Un modo de escuchar sin preguntar, de observar sin interrogar. De usar a las familias como mensajeros involuntarios.
No se trata solo de manipulación política, sino de supervivencia institucional. El poder en Venezuela se sostiene no por su solidez, sino por su vigilancia. Por eso, cada gesto de aparente apertura es, en realidad, una maniobra de autodefensa.
¿Clemencia o inteligencia?
Llamarlo clemencia sería ingenuo. Llamarlo inteligencia, quizá más preciso.
Los aparatos de poder de Maduro han demostrado su capacidad para leer el miedo, anticipar reacciones y usar la psicología como arma política. Las llamadas y visitas son, probablemente, una herramienta más en esa estrategia.
Mientras los familiares experimentan el alivio momentáneo de escuchar una voz o ver un rostro amado, el régimen aprovecha para reforzar su mapa de control emocional y político.
“El perdón del opresor nunca es gratuito: siempre tiene un precio, aunque no lo cobren de inmediato.”
— Víctor Julio Escalona
Preguntas frecuentes (FAQ)
¿Por qué el régimen permite visitas a presos políticos ahora?
Para proyectar una imagen de apertura ante la comunidad internacional y, al mismo tiempo, obtener información de inteligencia sobre el entorno opositor.
¿Se puede considerar un avance en derechos humanos?
No. Aunque se presentan como gestos humanitarios, estas acciones no modifican las condiciones estructurales de represión ni garantizan justicia.
¿Qué riesgos enfrentan los familiares?
Los familiares pueden ser vigilados, grabados o incluso usados como fuente indirecta de información sobre la oposición o movimientos civiles.
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Conclusión
En Venezuela, los gestos del poder no se miden por su aparente bondad, sino por su intención oculta. Permitir llamadas y visitas a presos políticos no es una señal de transformación moral, sino una estrategia de control y manipulación.
Mientras tanto, las verdaderas víctimas siguen esperando justicia, dignidad y libertad. Y aunque el régimen intente presentarse como un gobierno dispuesto al diálogo, la verdad es que la vigilancia nunca ha cesado: solo ha cambiado de forma.
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