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jueves, 6 de noviembre de 2025

Cómplices de la barbarie en Venezuela: el silencio que mata

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Cómplices de la barbarie en Venezuela. El horror no cesa. La complicidad internacional mantiene viva la barbarie que destruye a Venezuela y su gente.

Por Víctor Julio Escalona | RadioAmericaVe.com

La barbarie tiene muchos rostros. A veces se muestra con fusiles, otras con decretos, y en ocasiones, con el silencio cómplice de quienes se niegan a mirar. En Venezuela, el horror dejó de ser una noticia para convertirse en un sistema. Un sistema que castiga la disidencia, reprime el pensamiento libre y convierte la vida cotidiana en un acto de resistencia.

Lo que comenzó como una promesa de igualdad terminó siendo una maquinaria de control y miseria. Como advirtió hace poco el economista José Guerra, “la destrucción económica continuará mientras no haya un cambio político real”. Y lo que parece una advertencia técnica es, en el fondo, un grito desesperado por detener una tragedia humana que se ha prolongado demasiado.

El caso de Yenny Barrios, ex presa política torturada y humillada, volvió a encender la indignación nacional e internacional. Pero detrás de su historia se esconde algo más profundo: la demostración de que el Estado no solo persigue, sino que celebra su propia impunidad. Barrios fue víctima de un sistema que no busca justicia, sino venganza. Y eso es exactamente lo que define a una dictadura.

Sin embargo, lo más indignante es que la dictadura ya no actúa sola. En su afán por perpetuarse, ha encontrado defensores en algunos gobiernos de la región. Desde Brasil hasta Colombia, líderes como Lula da Silva y Gustavo Petro han preferido solidarizarse con los verdugos antes que con las víctimas. Esa complacencia, disfrazada de diplomacia, es la que mantiene viva la barbarie en Venezuela.

“A veces, el verdadero cambio no empieza en la calle, sino en lo que decides pensar cada mañana.” — Víctor Escalona

El pueblo venezolano ya aprendió, con sangre y lágrimas, que una vez perdida, la democracia es difícil de recuperar. Lo que está en juego hoy no es solo el futuro político de un país, sino la dignidad misma de sus ciudadanos. Y mientras la comunidad internacional siga mirando hacia otro lado, los cómplices de la barbarie seguirán multiplicándose.

Una democracia convertida en ruinas

La degradación institucional de Venezuela no ocurrió de la noche a la mañana. Fue un proceso lento, meticuloso, diseñado para desmantelar cada contrapeso que pudiera limitar al poder. Primero fue el secuestro de las instituciones judiciales, luego el sometimiento de los medios de comunicación, y finalmente, la sustitución del ciudadano por el militante obediente. Hoy, el país es una sombra de lo que fue, un territorio donde los derechos son privilegios y el miedo, política de Estado.

El resultado es visible: pobreza extrema, migración masiva, censura y una represión que se disfraza de orden público. En este contexto, hablar de democracia es casi una ironía. Pero lo que resulta más grave es la normalización de esa barbarie, el acostumbramiento colectivo a convivir con el abuso, la corrupción y el dolor ajeno.

En los barrios, en las cárceles, en los tribunales, en los hospitales sin medicinas, la barbarie se manifiesta todos los días. Es la enfermedad de un país que sigue esperando una cura que no llega, mientras quienes tienen poder se reparten los restos de lo que alguna vez fue una república.

Los cómplices internacionales de la dictadura

En un mundo donde la diplomacia debería defender los derechos humanos, Venezuela se ha convertido en el espejo incómodo que muchos prefieren no mirar. Los aliados políticos del régimen, como Lula en Brasil y Petro en Colombia, se han transformado en voceros involuntarios —o deliberados— de una narrativa que justifica la opresión bajo el argumento de la “soberanía nacional”.

Mientras millones de venezolanos cruzan fronteras buscando comida, salud y libertad, algunos gobiernos vecinos optan por el silencio o por discursos ambiguos que terminan fortaleciendo al opresor. Esa complicidad, aunque se vista de neutralidad, es lo que perpetúa el dolor de un país que fue arrasado por la corrupción y el autoritarismo.

El verdadero drama no es solo la falta de solidaridad, sino el doble discurso. Se condena la violencia en Gaza o Ucrania, pero se aplaude a los dictadores del continente. Se promueven cumbres de integración mientras se ignoran los crímenes de lesa humanidad que, según la ONU, siguen ocurriendo en Venezuela. Esa hipocresía diplomática tiene nombre y costo: vidas humanas.

La vigilancia y la delación: el nuevo rostro del control

Lo que comenzó como represión política hoy se ha convertido en una estrategia de control social. El régimen impulsa programas de vigilancia y delación ciudadana que convierten a los vecinos en informantes y a los inocentes en sospechosos. Cada barrio tiene ojos que no duermen, cada conversación puede ser una trampa. La paranoia colectiva ya forma parte del paisaje cotidiano.

El tejido social se está desmoronando. Donde antes había solidaridad, ahora hay desconfianza. Donde había esperanza, hoy reina el miedo. Esta “nueva normalidad” no necesita cárceles para dominar: basta con el rumor, la amenaza, el miedo al despido o la exclusión de un programa social. Así se controla un país sin gastar balas.

Esa estrategia no es nueva; ha sido usada por regímenes totalitarios a lo largo de la historia. Pero en Venezuela alcanza una dimensión perversa, porque se disfraza de “organización popular”. Se le vende al ciudadano la idea de que delatar al otro es un acto de patriotismo, cuando en realidad es el último paso hacia la deshumanización total.

Una sociedad atrapada entre la resignación y la esperanza

A pesar del miedo, Venezuela sigue respirando. En cada comunidad hay personas que resisten, periodistas que informan, médicos que curan sin recursos, maestros que enseñan sin salario y familias que no se rinden. Esa resiliencia es el último escudo contra la barbarie.

No se trata de negar la tragedia, sino de reconocer que la dignidad humana no ha sido completamente destruida. En medio del colapso, aún hay quienes creen en reconstruir el país. “La noche está muy oscura —como dijo recientemente un líder democrático—, pero todavía hay quienes se niegan a dormir mientras no amanezca.” Esa frase resume lo que somos: un pueblo agotado, pero no vencido.

El régimen puede controlar los medios, las instituciones y los tribunales, pero no podrá controlar indefinidamente la memoria colectiva. Cada historia de injusticia, como la de Yenny Barrios, se convierte en un testimonio que atraviesa fronteras y pone en evidencia a los cómplices que callan o justifican.

¿Qué nos queda por hacer?

Frente a la barbarie, el silencio no es una opción. Quien calla, consiente. Quien se acomoda, participa. Y quien se beneficia, aunque sea en silencio, se convierte en cómplice. La reconstrucción de Venezuela no comenzará con promesas políticas, sino con un cambio moral: el rechazo absoluto a la mentira y la corrupción, vengan de donde vengan.

Los venezolanos que viven dentro del país, así como los que están en el exilio, comparten una misma misión: no olvidar. Porque olvidar sería aceptar que la barbarie ganó. Cada palabra escrita, cada denuncia, cada testimonio, es una forma de resistencia.

La democracia, una vez perdida, no se recupera con discursos, sino con sacrificio y constancia. Lo aprendimos a golpes, pero también lo aprendimos con esperanza. Porque el verdadero poder de un pueblo no está en los palacios, sino en su conciencia.

“La barbarie se perpetúa cuando el silencio se hace cómplice.” — Víctor Escalona

Preguntas frecuentes (FAQ)

¿Por qué se habla de “cómplices de la barbarie” en Venezuela?

Porque existen actores nacionales e internacionales que, con su silencio o apoyo, contribuyen a mantener un régimen que viola derechos humanos, persigue a la disidencia y destruye las instituciones democráticas.

¿Cuál es la situación actual de los derechos humanos en Venezuela?

Diversos informes de la ONU, Human Rights Watch y Amnistía Internacional documentan detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones extrajudiciales. La represión sigue siendo una herramienta de control político.

¿Qué puede hacer la comunidad internacional?

Debe romper la indiferencia. No basta con pronunciar discursos. Se requiere presión diplomática, sanciones efectivas y apoyo real a las víctimas y organizaciones que defienden la democracia.

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La barbarie en Venezuela no se combate solo con denuncias, sino con conciencia. Por eso, cada palabra, cada artículo, cada ciudadano que se atreve a decir la verdad, está ayudando a reconstruir el país desde sus ruinas.

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