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La crisis de los migrantes venezolanos en Ecuador se agrava por la falta de documentación, relaciones diplomáticas y acceso a derechos básicos. ¿Qué se puede hacer?

Huyen del hambre, del miedo, de la muerte lenta que impone la dictadura de Nicolás Maduro. Más de medio millón de venezolanos han llegado a Ecuador en busca de refugio, pero lo que encontraron fue otra forma de abandono. La mayoría está indocumentada, atrapada entre fronteras burocráticas y la indiferencia política. Sus vidas penden de un hilo, invisibles para un sistema que no los reconoce ni los protege.
La falta de relaciones diplomáticas entre Ecuador y Venezuela ha cerrado las puertas a la regularización migratoria. Sin consulados ni canales oficiales, miles de personas no pueden renovar documentos, registrar nacimientos, casarse o siquiera legalizar un contrato laboral. Esta parálisis institucional condena a una generación a la informalidad, al desempleo, a la mendicidad o, peor aún, al crimen organizado que se alimenta de la desesperación.
Un continente sin respuestas
Lo que ocurre en Ecuador no es un caso aislado. Se repite en Colombia, Perú, Chile, Argentina y más allá. La crisis venezolana se ha convertido en la mayor diáspora de América Latina, con más de 7 millones de personas forzadas a migrar. Y sin embargo, pasada la pandemia, ningún país estaba preparado para la avalancha humana que huye del azote de la miseria y la muerte.
América Latina reacciona, pero lo hace con recursos escasos y una burocracia lenta. Se improvisan medidas, se prometen planes, se activan foros diplomáticos, pero la realidad en las calles no cambia. Cada día, niños venezolanos dejan de estudiar, madres no acceden a controles médicos y jóvenes caen en redes de explotación laboral o sexual.
La Operación Mariel 2.0
A esta tragedia se suma una crueldad deliberada: el régimen de Maduro, imitando la Operación Mariel de Fidel Castro en los 80, liberó presos comunes y los empujó hacia las fronteras. Los testimonios se multiplican. Delincuentes sin antecedentes oficiales, pero con prontuario real, que cruzaron hacia Colombia, Brasil o Ecuador disfrazados de migrantes. El objetivo es claro: contaminar la diáspora y criminalizarla ante la opinión pública.
Volver no es una opción, pero tampoco lo es resignarse
La verdadera solución no está en cerrar fronteras ni endurecer leyes migratorias. Está en que Venezuela se levante. Que reconstruya sus bases institucionales, devuelva la dignidad a su gente y restablezca un Estado de derecho donde nadie tenga que huir para sobrevivir. El Nuevo Ideal Nacional (NIN) plantea justamente eso: una refundación política, social y económica para que todos los venezolanos, dentro y fuera del país, recuperen su lugar en el mundo.
Mientras eso ocurre, la comunidad internacional debe actuar con urgencia. La cooperación humanitaria no es un favor: es una obligación ética. Educación, salud, empleo, vivienda y documentación legal deben ser parte del paquete mínimo de dignidad para millones de venezolanos desplazados.
Porque cada día que pasa, el exilio se vuelve más permanente. Y con él, se desvanece la esperanza.
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El miedo no se elimina: se doma. Una conversación profunda sobre el coraje, la resiliencia y la determinación para seguir adelante, incluso en medio del exilio.
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