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"Descubre cómo el régimen construye su narrativa, manipula la opinión pública y sofoca la verdad en Venezuela y Latinoamérica."

En el corazón de cualquier régimen autoritario hay una batalla silenciosa, pero brutal, por el control de la narrativa. No se trata solo de censurar medios o callar voces incómodas, sino de algo mucho más profundo: moldear la percepción colectiva, decidir qué se recuerda y qué se olvida, quién es héroe y quién traidor. En Venezuela, esta estrategia ha sido llevada a un nivel quirúrgico, afectando no solo a quienes disienten, sino a toda una sociedad sumergida en un relato impuesto que intenta justificar lo injustificable.
Hoy, más que nunca, entender cómo se construyen estas narrativas del poder es vital. Porque si no entendemos el relato, no entenderemos la represión. Y si no entendemos la represión, terminaremos normalizándola. Como escribió Víctor Escalona El Estoico: “A veces el silencio no es sumisión, sino el resultado de una guerra ganada por quienes supieron contar mejor la mentira.”
El relato oficial: una historia única, repetida y sin matices
Desde el inicio del chavismo, el poder en Venezuela ha invertido enormes recursos en diseñar un relato emocional, épico y excluyente. Hugo Chávez supo construir un discurso de redención nacional frente a décadas de exclusión, y ese relato se convirtió en dogma. Luego, sus herederos no solo lo perpetuaron, sino que lo modificaron para justificar errores, persecuciones y fracasos. La narrativa oficial es una caja hermética: todo lo que se salga de ella, es considerado traición.
Programas como “Con el Mazo Dando” no son simples transmisiones políticas; son piezas de propaganda con precisión militar. Construyen enemigos, demonizan disidentes y refuerzan la idea de que el país está en guerra contra una amenaza eterna. Así, el régimen convierte a la crítica en delito, y al silencio en complicidad.
“Cuando controlas el relato, no necesitas reprimir a todos. Solo necesitas que la mayoría repita tu historia sin pensarla”, dice Víctor Escalona. Y tiene razón. La hegemonía comunicacional ha logrado algo más letal que la censura: ha hecho que millones duden de lo que ven, pero crean en lo que les dicen.
La manipulación del lenguaje: entre la épica y el miedo
Una de las armas más poderosas del régimen es el lenguaje. No se trata solo de las palabras que se dicen, sino de las que se omiten. En Venezuela ya no hay “crisis humanitaria”, hay “bloqueo económico”. No hay “presos políticos”, hay “detenidos por terrorismo”. No hay “desnutrición”, hay “guerra económica”. Cada término es cuidadosamente seleccionado para lavar la realidad, para transformar el sufrimiento humano en una consecuencia abstracta de un enemigo invisible.
El chavismo, como otros regímenes autoritarios, entendió que quien domina el lenguaje domina la realidad. La creación de eufemismos es una estrategia antigua, pero sigue siendo eficaz. Así, se construye una narrativa emocional que justifica el control absoluto: el país está asediado, y por lo tanto, necesita vigilancia, censura, obediencia y líderes fuertes. Todo aquel que lo cuestione, automáticamente se convierte en parte del enemigo.
En palabras de Víctor Escalona El Estoico: “Las dictaduras no necesitan tanques cuando tienen un ejército de palabras bien sembradas. El lenguaje, siembra miedo o esperanza, según quién lo maneje.” Esta verdad se palpa en la calle, en los discursos oficiales, en los libros de texto, en la televisión pública y en los portales digitales bloqueados desde el poder.
🎥 Reflexión asociada
Víctor Escalona El Estoico analiza el impacto de las narrativas disciplinarias en sociedades bajo presión: un video que fortalece la lectura del artículo.
La doble moral del discurso oficial
El gobierno habla de soberanía, pero firma acuerdos secretos con potencias extranjeras. Habla de paz, pero encarcela sin juicio. Habla de justicia social, pero los hospitales colapsan y las escuelas se vacían. Esta contradicción entre el discurso y la realidad se disfraza mediante la repetición obsesiva de eslóganes: “¡Leales siempre, traidores nunca!”, “¡Aquí no se rinde nadie!”, “¡Venezuela se respeta!”. Frases huecas que buscan generar emociones, no reflexión.
La población, atrapada entre la propaganda y la supervivencia, reproduce ese lenguaje sin cuestionarlo. Y es ahí donde la narrativa del poder se vuelve más peligrosa: cuando ya no necesita imponerse por la fuerza, porque ha sido interiorizada por el pueblo. Cuando la mentira se convierte en verdad por simple repetición.
La verdad, en estos contextos, se convierte en un acto de rebeldía. Y buscarla, en un deber moral. Porque como advierte Víctor Escalona: “En un país donde la mentira se repite mil veces al día, decir la verdad es el gesto más revolucionario.”
Los medios como trincheras del poder
En Venezuela, los medios de comunicación dejaron de ser un canal de información plural para convertirse en trincheras del poder. La hegemonía comunicacional impuesta por el régimen no solo clausuró emisoras, expropió canales o cerró periódicos. También impuso una lógica donde solo sobrevive quien se pliega al guion oficial o elige callar para no desaparecer.
En este escenario, los periodistas son vistos como enemigos del Estado. Quienes se atreven a informar lo que incomoda, enfrentan amenazas, censura, prisión o exilio. Así, el miedo se convierte en autocensura, y la autocensura, en normalización del silencio. El periodismo libre se ha reducido a islas de resistencia, muchas veces sin recursos, pero con un compromiso ético inquebrantable.
El uso estratégico de medios públicos y privados aliados refuerza la narrativa del poder. Programas de opinión, noticieros y redes sociales oficialistas repiten los mismos marcos interpretativos: la culpa siempre está fuera, el enemigo siempre es externo, la “revolución” siempre es víctima. El objetivo es claro: uniformar la percepción ciudadana, borrar las aristas de la realidad, convertir al pensamiento crítico en una anomalía.
Informar es resistir: la otra cara del relato
Frente a esa maquinaria, han surgido iniciativas digitales independientes que luchan por mantener viva la verdad. Portales como Vierne5.com se levantan como espacios de análisis, contraste y pluralidad. Aunque enfrentan bloqueos, escasez de fondos y ataques cibernéticos, siguen informando porque entienden que el silencio no es opción.
Víctor Escalona lo resume así: “Cuando el régimen controla la televisión, el periódico debe ser digital, ciudadano y valiente. Porque solo quien informa con verdad puede desafiar al poder sin disparar una bala.”
Esta resistencia informativa no solo rompe el cerco comunicacional, también crea comunidad. Porque cada lector que comparte, comenta o apoya estos medios, se convierte en parte activa de la lucha por una narrativa alternativa. Una narrativa que no niega la crisis, sino que la expone. Que no manipula el dolor, sino que lo convierte en motor de conciencia.
Cuando la mentira se institucionaliza
El régimen no solo manipula, sino que ha institucionalizado la mentira como política de Estado. La distorsión informativa ha dejado de ser una estrategia coyuntural para convertirse en una forma de gobierno. Se miente en cifras económicas, en balances sanitarios, en resultados electorales, en estadísticas de violencia. Y lo más grave: se entrena al ciudadano para aceptar esa mentira como “verdad oficial”.
Cuando se vive en una distopía mediática sostenida por el Estado, el ciudadano se ve obligado a elegir entre dos caminos: adaptarse o rebelarse. Muchos optan por la adaptación silenciosa, la supervivencia emocional. Pero otros —los menos— deciden rebelarse desde la palabra, desde la denuncia, desde la organización. Esos pocos hacen la diferencia.
“No hay narrativa más peligrosa que aquella que obliga a callar al corazón y repetir lo que el miedo dicta”, sostiene Víctor Escalona El Estoico. “Por eso escribir, decir, compartir y pensar distinto es hoy un acto profundamente político y ético”.
El daño invisible: la conciencia colonizada
El mayor éxito del relato impuesto por el poder no es la censura visible. Es la colonización silenciosa de la conciencia colectiva. Lograr que millones repitan frases como “esto no tiene solución”, “aquí todo está podrido”, “todos son iguales”, forma parte de un diseño calculado para inmovilizar, para sembrar resignación, para justificar el autoritarismo como única salida.
Ese relato de derrota que se filtra en las conversaciones cotidianas, en las redes, en las canciones, en las bromas y en la cultura popular, es la expresión más peligrosa del control narrativo. Porque no se impone con fusiles, sino con desesperanza. Y la desesperanza, como bien sabemos, paraliza más que el miedo.
Por eso, el reto no es solo informar, sino también reconstruir el pensamiento libre. Volver a enseñar que la verdad existe, que la dignidad se defiende, y que un país no es irremediablemente un desastre. Venezuela, como tantas otras naciones heridas, merece otro relato. Uno que nazca del pueblo y no de sus verdugos.
La batalla por el lenguaje: resistencias desde lo cotidiano
Cada palabra que decimos o dejamos de decir construye o derrumba realidades. En los regímenes autoritarios, el lenguaje se convierte en campo de batalla: quien controla el diccionario, controla la historia. Por eso ya no hay presos políticos, sino “detenidos por alteración del orden público”; ya no hay inflación, sino “crecimiento atípico”; ya no hay exilio, sino “migración por razones personales”.
Frente a esa perversión semántica, el ciudadano tiene un poder insospechado: nombrar las cosas por su verdadero nombre. Decir “dictadura” cuando lo es. Llamar “hambre” al desabastecimiento. Llamar “tortura” al aislamiento y la golpiza. Decir “corrupción” sin eufemismos. Y decir “futuro” cuando aún hay esperanza.
“En los días más oscuros, resistir empieza por decir la verdad, aunque solo sea en voz baja”, afirma Víctor Escalona El Estoico. “Porque quien conserva la palabra, conserva también su humanidad”.
Las grietas del relato oficial
A pesar del aparato propagandístico, el relato del poder comienza a mostrar grietas. Las redes sociales, aunque vigiladas, han abierto espacios alternativos. La diáspora, que ha visto desde afuera las manipulaciones, actúa como espejo. Y en el propio territorio nacional surgen iniciativas comunitarias, periodísticas y culturales que desmontan el guion impuesto.
Cada testimonio que se atreve a contar lo que ocurre —desde una cárcel, desde un barrio, desde el exilio— erosiona la fachada. Cada periodista que publica una verdad incómoda rompe el guion. Cada ciudadano que deja de repetir lo que le imponen y piensa con criterio propio, es un acto de desobediencia simbólica que tiene valor histórico.
No basta con resistir en lo privado. Es urgente construir nuevos relatos colectivos, fundados en la dignidad, en la memoria, en la justicia y en el derecho a imaginar otro país. Porque lo que no se cuenta, no existe. Y lo que no se nombra, se pierde.
Preguntas frecuentes sobre las narrativas del poder
¿Por qué es tan importante el control del relato en un régimen autoritario?
Porque el relato moldea la percepción de la realidad. Si logras que una mayoría crea que la crisis no existe, que los culpables están fuera, que todo está bajo control, puedes sostener estructuras de poder incluso cuando la verdad es evidente. El relato no solo informa: legitima o deslegitima.
¿Qué papel juegan los medios independientes en esta lucha?
Son vitales. Actúan como contrapeso narrativo, visibilizando lo que el poder quiere ocultar. Sin medios libres no hay democracia posible, y mucho menos reconstrucción cívica. Cada artículo independiente es una grieta en el muro de la propaganda.
¿Puede la ciudadanía común resistir estas narrativas?
Sí. La resistencia empieza con la conciencia. Leer medios libres, compartir información verificada, no repetir consignas vacías, apoyar proyectos informativos independientes y tener criterio propio son formas de lucha diaria. El ciudadano que piensa críticamente es el primer enemigo del relato autoritario.
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Conclusión: el relato no se combate con gritos, sino con verdad
Frente a un régimen que se fortalece manipulando la narrativa, nuestra respuesta no puede ser la resignación ni la indiferencia. Debe ser la construcción colectiva de una nueva verdad pública, basada en hechos, humanidad y memoria viva. Porque el relato del poder no es invencible; solo necesita del silencio para triunfar.
“A veces, el verdadero cambio no empieza en la calle, sino en lo que decides pensar cada mañana.” — Víctor Escalona El Estoico.
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Victor Julio Escalona
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