Una inflación sin fin: el control disfrazado de crisis
En Venezuela, la inflación ya no es una consecuencia de la crisis: es la crisis misma. No se trata de un fenómeno coyuntural ni de una desviación de la política económica, sino de un instrumento estructural de dominación. Cuando el poder convierte el hambre, la escasez y la incertidumbre en política de Estado, no busca soluciones: busca control.
Durante más de dos décadas, el país ha vivido bajo un régimen que entendió que la pobreza es más útil que la prosperidad. Una población empobrecida no protesta, no ahorra, no invierte y, sobre todo, no se organiza. Esa dependencia estructurada —del subsidio, del bono, de la dádiva— es el corazón del modelo económico diseñado desde Miraflores.
“A veces, el verdadero cambio no empieza en la calle, sino en lo que decides pensar cada mañana.” — Víctor Escalona
De la política monetaria al hambre institucional
La inflación es el tributo más perverso que puede imponer un gobierno. No se legisla, no se debate, no se vota. Simplemente destruye el poder adquisitivo del ciudadano, convirtiendo cada billete en una sombra de lo que alguna vez fue. En Venezuela, el bolívar ha perdido más de 99,999% de su valor desde el año 2000. La sustitución de monedas, la dolarización informal y el colapso del sistema bancario son apenas los síntomas visibles de una enfermedad inducida.
Mientras tanto, la narrativa oficial culpa a “la guerra económica” o a las sanciones externas, desviando la atención de la causa real: un Estado que imprime dinero sin respaldo, destruye la producción interna y manipula los precios para mantener al pueblo en la supervivencia.
El empobrecimiento como estrategia política
El poder entendió que la inflación no es solo un fenómeno económico, sino un mecanismo psicológico. Una forma de domesticar la esperanza. En una economía donde todo sube menos el salario, el ciudadano queda atrapado en una rutina de subsistencia. Así, la política se convierte en caridad, y el voto en gratitud.
El control social no necesita represión abierta cuando la gente está ocupada en sobrevivir. Los apagones, la falta de agua, el transporte colapsado y los hospitales sin insumos son parte de una arquitectura del desgaste. La inflación es la columna vertebral de esa arquitectura: desmoraliza, divide y somete.
El espejismo del dólar y la falsa estabilidad
En los últimos años, el régimen ha promovido una dolarización parcial como alivio temporal. Sin embargo, esta dolarización selectiva beneficia solo a una élite que accede a divisas mientras el resto del país sigue atrapado en bolívares devaluados. El resultado es una sociedad de castas: una minoría que consume y una mayoría que sobrevive.
La inflación no desapareció. Simplemente se mudó de forma. El dólar oficial sube al ritmo de las reservas que el Estado manipula, y los precios en divisas también aumentan. La consecuencia es una inflación “bimonetaria”, que agrava la desigualdad y refuerza el control político.
El espejismo internacional y la manipulación del discurso
En los informes internacionales, el gobierno intenta mostrar cifras manipuladas que maquillan la realidad. Sin embargo, los mercados lo saben: el país vive en un colapso controlado. Las sanciones, aunque reales, son una excusa conveniente. La corrupción sistémica y el desmantelamiento de las instituciones económicas preceden por décadas a cualquier sanción externa.
Los organismos multilaterales se enfrentan a un dilema: negociar con un régimen que no busca reformas, sino oxígeno. Cada alivio financiero termina fortaleciéndolo. Y mientras tanto, la inflación perpetua se convierte en una herramienta de gobernabilidad.
El costo humano de una economía fallida
Más allá de las cifras macroeconómicas, hay una realidad que no se refleja en los informes: el hambre. El trabajador venezolano promedio gana menos de 30 dólares mensuales, una cifra que no cubre ni una cuarta parte de la canasta básica. Las familias se endeudan, los jóvenes emigran y los ancianos mueren en silencio. El costo humano de esta inflación planificada es una herida abierta en la historia contemporánea de América Latina.
Como dijo Víctor Escalona: “La pobreza es la dictadura más silenciosa del siglo XXI.”
¿Cómo se perpetúa la trampa?
- Destrucción de la producción nacional.
- Monopolio estatal de divisas y controles cambiarios opacos.
- Ausencia de independencia del Banco Central.
- Clientelismo político disfrazado de política social.
- Criminalización del comercio informal no controlado por el Estado.
El futuro inmediato: más inflación, menos país
Mientras el poder siga controlando la narrativa económica, la inflación seguirá siendo su mejor aliada. No es un error técnico: es un método político. Y la única forma de romperlo es devolver la economía al ciudadano, no al burócrata. La verdadera soberanía económica no se mide en reservas internacionales, sino en la capacidad de cada familia de vivir sin miedo al precio del pan.
Preguntas frecuentes (FAQ)
¿Por qué la inflación en Venezuela no cede?
Porque su causa no es económica, sino política. El gobierno necesita una sociedad empobrecida para mantener el control social y la dependencia del Estado.
¿Qué puede hacer la población ante una inflación estructural?
Organizarse, informarse y exigir transparencia. La educación económica es una forma de resistencia cívica ante un sistema diseñado para confundir.
¿Qué papel tiene la comunidad internacional?
Debe pasar del discurso a la acción: condicionar la cooperación a reformas institucionales reales y no a promesas vacías. Sin presión, la inflación seguirá siendo un arma de control interno.
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Conclusión: la inflación como forma de esclavitud moderna
La inflación perpetua no es solo un fenómeno económico: es un sistema político que esclaviza sin cadenas visibles. Cada billete impreso sin respaldo es una hora robada de trabajo, una comida menos en la mesa, una ilusión quebrada. Mientras la economía esté subordinada al poder y no al ciudadano, Venezuela seguirá siendo una nación condenada a la escasez y al control.
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